En invierno, a menudo elegimos el camino de la vía que está cubierto con piedra mediana y no se hacen charcos, en verano y cuando el tiempo está seco, preferimos el de la ermita de Loreto en cualquiera de sus variantes.
Mi cultura perruna es más bien escasa, con Elvis me ha pasado lo mismo que con la maternidad, que voy aprendiendo sobre la marcha, con la ventaja, que él ha llegado a mi vida cuando estoy empezando a saber leerla, más bien empezando a deletrearla.
A fuerza de cruzarnos durante dos años ( raramente compartimos tramos), hemos trabado una relación (para mi absolutamente nueva) con distintos perros y sus dueños, es este un contacto en el que no perdemos demasiado tiempo.
Durante meses un escueto "Buenos días" con sonrisa, fue sembrando la semilla de la simpatía reciproca.
Cuando empecé a soltar a Elvis para que aprendiera a volver sin fuerza, la cosa se complicó un poco, le pasó como a todos, la alucinación de Libertad le tuvo confundido y algo desobediente, este fue el momento en que la mayoría de los expertos perrunos empezaron a darme breves indicaciones.
Desconozco los nombres de mis colegas en el amor perruno, hay dos señores altos y enjutos con pinta de militares retirados, ambos con bigote, el calvo es un señor fibroso, serio y atractivo que va con dos perros que le obedecen ciegamente, el otro tiene pelo, habla con deje andaluz y se muestra chistoso y sensible, va con una perrita fea y viejita, muy golosa, que responde por Simba.
Un chico como de treinta y algo, lleva un enorme perro negro, de la edad de Elvis, que responde por Bebo.
Bebo y Elvis, se ladran desde pequeños, pero ni el chaval ni yo hacemos caso y nunca pasa a mayores.
También está Lord, un elegante perro de caza de catorce años, que arrastra su anatomía junto a su parlanchina dueña y mira con una humanidad que parte el pecho, y Lucky, un gracioso y friolero pekinés y Veleta una perra joven, briosa y aguda a la que le encanta correr y jugar a perseguirse.
No con todos congeniamos, hay una perrita Terrier blanca, que es tan estupida como su dueña, la señora será poco mayor que yo y cuando te ve en el horizonte le pone la correa, al principio pensé que estaría en celo, pero a fuerza de ver la expresión desabrida de la señora y la no menos agria actitud de su perra, los ignoramos con educación.
En mi plaza hay un Teckel (vulgo salchicha), con una mala leche inmensa, cada vez que nos cruzamos desata su furia provocando en Elvis una respuesta agresiva.
Ayer, al volver del paseo matutino, solté a Elvis al llegar a la plaza, me da mucho gusto verle dar la vuelta al ruedo y luego adelantarme al trote hasta llegar a la puerta a esperarme sentado.
Tal como mi mano soltaba la correa, mis ojos divisaban al Teckel mala-leche saliendo del portal con su estirada dueña.
Elvis libre de cadenas, fue a por él, yo seguí caminando hacía el portal, el Teckel se desgañitaba a ladrar.
Silbé dos veces y... Elvis vino al trote, me adelantó y esperó sentado a que abriera la puerta.
Le di la chuche de bacon entera, se la merecía.
Me gusta enseñarle esa fidelidad compartida que es tan esquiva en el plano humano.
Adoro a mi perro.
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