martes, diciembre 27, 2005

Navidad con huracán


Desde que mi abuelo murió y mis niñas han crecido, la Navidad casi me pesa.
Son fechas intensas, demasiada reunión social, demasiado alcohol, demasiados estúpidos “buenos propósitos” que surgen de la euforia alcohólica y la sensibloide emotividad con que nos inunda nuestra sociedad de consumo.
Esta ha sido una de las peores navidades de mi vida. Se empezó a gestar la madrugada del 23 al 24 (bueno el 22 ya hubo un prologo). El 25 estalló todo en medio de la comida familiar y me duele en el Alma, por mi padre, por mi madre, por mi hija, por todos.
Mi cuñado se fue tocado y herido, mi padre muy abatido, los pequeños desconcertados, mi madre rota y entera. Admiro su empuje “para los suyos”, buscando la solución, como sea.
Lo más positivo: descubrí una faceta de mi hermana que me pareció maravillosa.
Cuando le dijo a mi hija que no olvidara nunca que después de todo y de todos solo te queda, te quiere y te acoge la familia. Me emocioné.
Mi hermana, la distante, la abrupta, la de los “remojones”, defendiendo sentidamente el incondicional amor de la familia. La quise. La quiero.
Lloré amargamente en el regazo de mi madre, como cuando era una niña, como cuando sabía que ese abrazo me reconfortaba y me daba fuerzas para resolver yo mi problema, nunca para que otro lo hiciera.
Hermosa y práctica lección me enseñó mi madre sin saberlo.
Amor, cariño y contacto, pocos paños calientes y barandilla pero no red.
Ella en su preciosa ignorancia me supo enseñar, me proporcionó las herramientas de la vida. Yo con toda mi “sabiduría” no he sabido hacerlo.
Imagino la escena como si fuera un diorama y con perspectiva antropológica.
La supremacía del matriarcado en mi núcleo familiar es absoluta.
Todos sentados alrededor de la mesa. Estalló el huracán, los hombres, nuestros cuatro hombres de distintas edades, se replegaron inmóviles en sus sillas. Indefensos ante el caudal de emociones que eran incapaces de procesar aún percibiéndolas.
Mi madre, asumió la portavocía para cedérsela a mi hermana. Mi sobrina la mayor estaba rota, yo desgarrada, sin poder parar el amargo y desesperado llanto.
Cuando llegué a mi ciudad fui a casa de una amiga y me emborraché, hacia años que no lo hacía.
La resaca fue tan monumental que aun la arrastro. El malestar físico me acompaña y me recuerda que debo encontrar una salida, un camino, que permita que el cariño y el respeto vuelvan a nuestras vidas. Es difícil, muy difícil, muy duro, se ha roto el dialogo y la emisión de afecto. Se ha instalado el abismo de la incomunicación.
Mi hija sufre. Me atrevería a decir que mas que yo, no, no por mi causa, por ella misma.
Su corazón, su mente y sus actos no sintonizan la misma frecuencia, está confusa, es orgullosa, terca y obcecada. Me duele tanto.
Besos de mujer agrietada.

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